María no empezó a temer de verdad por su vida hasta que una noche, al salir del bar en el que trabajaba, encontró varios folios pegados en el contenedor en el que todos los días depositaba las bolsas de basura: «Eres una hija de puta. No mereces vivir. Zorra». Desde que decidió romper con Iván, María ya había recibido muchas señales a las que, sin embargo, no dio la «importancia que tenían». Tal vez, porque pensaba que el joven vizcaíno con el que había convivido casi dos años acabaría por aceptar que su relación había terminado. Su particular «infierno» empezó con fotos rotas en el portal, llamadas intempestivas y, lo peor de todo, por la sensación de sentirse «permanentemente acosada». Iván conocía al dedillo sus rutinas y le esperaba siempre en las mismas esquinas al salir de casa, del trabajo. Día tras día, se dedicaba a seguirla mientras le lanzaba todo tipo de insultos.
Tras varios meses confiando en que el tiempo enfriaría las cosas, María (algunos datos personales están cambiados por motivos de seguridad) se decidió a denunciar por «acoso» a su expareja. La Justicia condenó a Iván en primera instancia y le puso una orden de alejamiento. Al mismo tiempo establecieron unas medidas de protección para esta joven andaluza, que llegó con su hija a Bilbao hace siete años con un contrato de trabajo bajo el brazo. Básicamente, las medidas seguridad consistían en que «un coche patrulla de la Ertzaintza con agentes uniformados le escoltaban cuando iba y volvía del trabajo».
Lejos de solucionar sus problemas, esta joven de 37 años asegura que las medidas de protección acabaron volviéndose contra ella. Para empezar, no evitaron que Iván siguiese acosándola. Simplemente tuvo que modificar sus rutinas. «Cuando veía el coche patrulla no venía. Pero en cuanto desaparecían los agentes volvía a las andadas. Le he denunciado más de 20 veces. Y llamaba a la Policía, pero cuando venían ya no estaba», relata.
Grupo de Acompañamientos
Esta joven andaluza se muestra preocupada por la decisión del Departamento vasco de Seguridad de suprimir la Unidad de Acompañamientos de la Ertzaintza para que estas labores sean realizadas desde las comisarías. Este grupo especializado está compuesto por casi un centenar de escoltas que, con el final de la violencia de ETA, empezaron a proteger a las víctimas de la violencia de género haciendo contravigilancias. Siempre de incógnito.
María está convencida de que si le hubiesen asignado a ella una escolta especializada, que vistiese de paisano, la Ertzaintza habría detenido a Iván por quebrantar la orden de alejamiento «decenas de veces». Ese detalle -insiste- le habría ahorrado a ella «cuatro años de infierno» y a la Policía le habría permitido destinar pronto la protección a otras mujeres porque «no habrían tardado en detenerle».
Llevar unos escoltas de uniforme siempre detrás también le ha hecho sentirse «señalada», ha hecho mella en sus relaciones personales y le ha terminado por costar su puesto de trabajo. «Cada vez que le denunciaba tenía que perder varios días entre declaraciones, vistas… Y mientras yo volvía corriendo a casa para que los vecinos no viesen la patrulla, él anda tan tranquilo por la calle», relata. A María le retiraron la escolta a finales de 2012 después de perder un juicio por acosar a su hija «porque no tenía testigos». Hace tiempo que no ve a Iván. Pero no se siente segura. «No salgo casi de casa. Y nunca de noche. No me ha matado. Pero emocionalmente me ha destrozado», confiesa.
Fuente: El Diario Vasco